
La IA se ha convertido en uno de los temas más recurrentes en cualquier conversación sobre el futuro de la educación y la sociedad. Como si no tuviéramos suficiente con las dietas milagrosas o las conspiraciones sobre si los pájaros son drones (sí, como insiste nuestro querido experto en conspiraciones del segundo piso), ahora todo gira en torno a la IA. Un reciente artículo publicado en el diario Última Hora, titulado Hablar de IA implica hablar de trabajo infantil, violaciones y contaminación, me ha hecho reflexionar sobre esta “temida” herramienta que parece estar destinada a destruir la humanidad, comenzando por el alumnado y terminando con el planeta. O al menos así es como lo quieren hacer ver ciertos colectivos. Prepárense para una reflexión donde desmontaremos algunas de estas afirmaciones, porque la verdad es que la IA no es ni un ángel ni un demonio. Es, más bien, como ese compañero de clase que es muy bueno en matemáticas: puede ser muy útil si le pides ayuda, pero acaba sacándote de quicio si se pone demasiado repelente.
La IA, el trabajo infantil y otras catástrofes genéricas
El titular del diario decía que hablar de IA implica hablar de trabajo infantil, violaciones de derechos humanos y contaminación. Parece la sinopsis de una serie distópica de Netflix, ¿verdad? No negaré que estos problemas existen en la cadena de suministro tecnológica, pero la IA no es la causa directa.
Es cierto que la fabricación de dispositivos electrónicos tiene un impacto grave: la extracción de minerales en condiciones deplorables, el trabajo infantil en ciertas partes del mundo… Pero el problema es mucho más grande que la IA; es una realidad que afecta a toda la industria tecnológica. Atribuir esta responsabilidad únicamente a la IA es como culpar al pan tostado de las calorías de todo el desayuno: es una visión conveniente, pero simplista.
Podemos afirmar que la IA contribuye a la demanda de tecnología, y eso es cierto. Pero, ¿qué pasa con los teléfonos móviles que se renuevan cada año o los coches eléctricos que, por muy “ecológicos” que sean, requieren materiales similares? En última instancia, se trata de un problema de producción y consumo excesivo, y de un sistema económico que prioriza el beneficio por encima de todo. La IA es, en este sentido, un eslabón más de la cadena, pero ni es el origen ni será el final de estas prácticas abusivas.
La vigilancia de la IA: Big Brother superado
Otro gran clásico en la narrativa alarmista sobre la IA es el tema de la vigilancia. Se habla a menudo de “capitalismo de vigilancia”. Es cierto que muchas aplicaciones de la IA se utilizan para analizar datos a una escala nunca vista antes. Pero debemos recordar que la IA no es un ente malévolo que, de forma autónoma, decide recopilar todas nuestras fotos de las vacaciones para venderlas a corporaciones misteriosas (y sinceramente, las fotos de nuestra paella requemada no son tan interesantes como nos parece).
Los responsables del uso abusivo de la IA somos nosotros, los humanos. En concreto, los humanos que trabajan para empresas que quieren lucrarse con nuestros datos. Y, por si lo dudábamos, esta práctica ya existía antes de la IA: la recogida de datos se hacía con otras herramientas, pero la IA ha hecho el proceso mucho más eficiente. El problema es de ética y regulación, no de la tecnología en sí. Sin normas claras, cualquier herramienta poderosa puede ser peligrosa. Volviendo al ejemplo de clase: es como darle un portátil con acceso a internet a alguien en medio de un examen y esperar que solo busque el significado de palabras difíciles. El ordenador no tiene ninguna intención maliciosa, pero todos sabemos que los límites son tentadores cuando tienes todo el conocimiento a tu alcance.
Todo o nada: el gran peligro de las generalizaciones
Lo que me molesta especialmente es la tendencia a simplificar. La IA es una herramienta compleja y no es justo ni útil hablar de ella en términos absolutos. Por ejemplo, el artículo no menciona ninguna de las aplicaciones positivas de la IA en sectores como la medicina. La detección precoz de enfermedades gracias a la IA está mejorando la vida de muchas personas. Imaginaos: la IA salvando vidas, pero eso parece que no vende tantos periódicos.
En el ámbito educativo, la IA puede personalizar el aprendizaje, ayudar al alumnado con dificultades específicas y liberar a los docentes de tareas repetitivas. Pero, claro, es mucho más atractivo imaginar robots controlando nuestras mentes que ver cómo un niño con dislexia finalmente recibe la ayuda que necesita.
Somos nosotros quienes decidimos
El problema no es tanto la IA como la falta de ética y la negligencia con la que a menudo se utiliza. La IA puede mejorar el aprendizaje, hacernos más eficientes y hacer nuestra vida un poco más fácil (como indicarnos qué ruta evitar para no quedar atrapados en un atasco un viernes por la tarde). Pero también puede ser usada para vigilarnos, manipularnos y hacernos gastar más dinero del que querríamos. Al final, somos nosotros quienes decidimos qué usos queremos promover y qué prácticas queremos regular.
Incluso en el ámbito educativo, la IA puede ser una gran aliada. Imagina tener un asistente virtual que pueda ayudar a un alumno a comprender un concepto mientras el profesor se dedica a atender otras necesidades de la clase. O que pueda corregir automáticamente los ejercicios más mecánicos, dejando tiempo a los maestros para diseñar actividades creativas y fomentar el pensamiento crítico. Y seamos sinceros, todos sabemos que a los docentes nos sobran papeles por corregir.
¿Conclusión? Mejor una pregunta
Así que, antes de condenar a la IA por todos los males del mundo, quizá valga la pena plantearnos qué uso estamos haciendo de ella y, sobre todo, cuál es nuestra responsabilidad como sociedad. La IA no es ningún mesías, pero tampoco es el demonio que vendrá a buscarnos si no acabamos el proyecto a tiempo. Si queremos usarla para vigilarnos o para hacer el bien, está en nuestras manos. Por tanto, la pregunta es: ¿cómo queremos que sea el futuro con la IA? Solo nosotros podemos decidirlo.
Y, si todo esto falla, siempre nos quedará aquella opción clásica e infalible: desconectar el wifi y salir a pasear.
Imagen generada por el autor con Grok 2 y Photoshop
Esta obra tiene la licencia CC BY-NC-SA 4.0




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