
Mira, he leído un artículo titulado ¿Por qué no urge incorporar la inteligencia artificial a la enseñanza?, que sostiene que no hay prisa para incorporar la IA en la educación. Bueno, no sé si el autor se ha fijado en el calendario, pero la IA ya no es cosa de ciencia ficción. Es como si nos dijeran que no hace falta internet en las escuelas porque todavía queda mucho por entender de los libros. La IA llegó hace más de dos años y, en lugar de hacerle una reverencia o entrar en pánico, es momento de aprender a convivir con ella, adaptarnos y aprovechar sus ventajas antes de que sea demasiado tarde. No estamos hablando de una moda pasajera, estamos ante una herramienta poderosa que puede transformar nuestra forma de enseñar y aprender.
Primer punto del artículo: la IA podría distraer a profesores y alumnos. Oye, todo puede distraer. Incluso la marca en el techo o el ruido de la calefacción. La IA no distrae, ofrece herramientas. Si la usas bien, puede ahorrarte quebraderos de cabeza con las correcciones o ayudarte a personalizar el aprendizaje. Estamos hablando de optimizar el tiempo del docente para dedicarse a lo que realmente importa: hacer un seguimiento personalizado, crear actividades más enriquecedoras o simplemente respirar entre clases. Ahora bien, si la usas mal… pues sí, puede convertirse en otra pantalla hipnotizante. Pero el problema aquí no es la tecnología, es el uso que hacemos de ella. Por tanto, no se trata de huir, sino de formarnos para usarla de manera inteligente.
Otra afirmación del artículo dice que antes de lanzarse con la IA, hay que aprender a pensar y reflexionar. Totalmente de acuerdo, pero no hace falta hacerlo de forma secuencial, como si estuviéramos en la cola del supermercado. Pensar e integrar tecnología no son opuestos. Es más, aprender a cuestionar la IA es un ejercicio magnífico de pensamiento crítico. Hay que saber cómo funciona, entender sus algoritmos, detectar sesgos y no caer en la trampa de pensar que “si lo dice la IA, es cierto”. Esta es una competencia clave para el futuro: ser capaz de interpretar la información digital con criterio propio. Al final, no se trata de sustituir el cerebro por el botón de una máquina, sino de complementarnos, potenciarnos y ser más eficientes.
Después aparece la famosa prudencia. Prudencia, sí. Pero ojo, que a veces esta palabra es una excusa encubierta para posponer decisiones importantes. La prudencia no puede llevarnos a quedarnos solo con la pizarra de tiza mientras el mundo avanza a golpe de algoritmo. La prudencia bien entendida consiste en formar al profesorado, ofrecer recursos y empezar a introducir la IA de forma inteligente, con cabeza y sin miedo. Y eso no significa hacer un curso de dos horas y lanzarse a la piscina. Significa dedicarle tiempo, planificar, hacer pruebas y aprender de los errores. Pensemos en la IA como un proceso de adopción progresiva, con evaluaciones constantes y ajustes continuos.
También está el clásico debate: ¿la IA sustituirá a los docentes? No. No hay robot que pueda hacer lo que hace un profesor motivado, con sus anécdotas malas y su radar para detectar a los alumnos aburridos a la primera. La IA no empatiza, no hace bromas y no mira al alumno a los ojos. Pero sí puede corregir un montón de exámenes en treinta minutos, detectar que a tres alumnos les cuesta la división de un paso y nadie se ha dado cuenta, o recomendar recursos adaptados a las necesidades de cada uno.
Esto no es ciencia ficción, es una realidad. Si la usamos con criterio, podemos revolucionar el sistema educativo. Pero si la rechazamos sin darle una oportunidad, corremos el riesgo de quedarnos atrás. Hemos visto cómo otros sectores que se resistieron a la tecnología acabaron superados por los acontecimientos. Y todavía hay un buen puñado de docentes que consideran internet como una “nueva tecnología”… ¡Lleva 30 años entre nosotros, por el amor de Dios! Si nos cuesta ver internet como una herramienta consolidada, imaginad integrar la IA con una mentalidad de hace décadas. No podemos seguir mirando las herramientas del futuro con ojos del pasado. No caigamos en la misma trampa en las aulas. Necesitamos una actitud abierta, ganas de experimentar y un buen puñado de humildad para aprender de los errores.
La IA no debe darnos miedo. Al contrario, debe impulsarnos a formarnos, a repensar nuestra práctica docente y a evitar quedarnos al final del tren digital con cara de no saber a dónde vamos. No se trata de una moda ni de una opción romántica de resistirse al cambio. O nos subimos y aprendemos a conducirlo, o nos quedamos en el andén viéndolo pasar, lamentándonos de que nadie nos lo explicó lo suficientemente bien. Y, para terminar, una pequeña reflexión positiva: si hemos sobrevivido a las fotocopiadoras que se atascan y a las conexiones Wi-Fi que desaparecen justo antes de un examen digital, estoy convencido de que con la IA podemos hacer cosas espectaculares. ¡Adelante!
Imagen de cabecera generada por el autor con Midjourney.
Esta obra tiene la licencia CC BY-NC-SA 4.0




Deixa un comentari