Somos docentes, no actores de una película futurista, pero bien que estamos obligados a adaptarnos a un guion que cambia en cada escena. Y aquí entra la IAG, la estrella emergente del blockbuster educativo. Empieza a sonar a tópico, pero no lo es: si no acabas utilizando IAG en tu aula, eres como ese profesor que aún escribe en la pizarra con tiza mientras el alumnado procesa vídeos en realidad virtual. Y sí, puede sonar absurdo, pero es la pura realidad.

Según un estudio de la Fundación Conocimiento y Desarrollo (CYD), el 90% de los universitarios ya usa IAG para estudiar, y si en la universidad está ocurriendo, imagínate en la ESO. De hecho, justo esta semana Reino Unido ha lanzado el programa “TechFirst”: 187 millones de libras para formar a un millón de estudiantes de secundaria en IAG durante tres años. ¿El objetivo? Que en 2035, los 10 millones de trabajadores británicos estén mentalmente sintonizados con la IAG. Puede parecer exagerado, pero el mercado laboral no regala nada. Si no nos adaptamos, nuestro alumnado sufrirá las consecuencias: los bots absorben los trabajos rutinarios y solo sobrevive el talento humano. Y entonces, ¿qué hacemos, nos hacemos los despistados?

No hago apología de sustituir al profesor por un robot. Yo prefiero ser la versión humana e imperfecta. Pero, admitámoslo: la IAG puede ser nuestra copia mejorada, siempre que sepamos utilizarla. Puede corregir automáticamente, generar rúbricas instantáneas e incluso responder preguntas básicas de los estudiantes. Por ejemplo, en una clase de literatura, el alumnado puede utilizar la IAG para generar distintas interpretaciones de un poema, mientras el profesor aprovecha ese tiempo para profundizar en debates brillantes y potenciar el pensamiento crítico (barniz imprescindible para cualquier materia). Eso es una estrategia inteligente y eficiente hoy en día.

Aquí no vale pedir ayuda al alumno de 15 años que sabe escribir prompts mejor que muchos maestros: imagina ese momento en el que el profe pregunta «¿cómo se hace esto?» y el alumno levanta la mano con un tutorial de TikTok. Ejemplos no faltan: el Instituto IMDEA en Madrid investiga cómo incluir la IAG con supervisión humana, no para sustituirnos, sino para potenciarnos. Fantástico, pero si no estás preparado, el riesgo es convertirte en un espectador sorprendido, víctima de alucinaciones generadas, o en ese profesor que dice «ese rollo de la IAG es peligroso y punto». Es esencial formar primero al profesorado, como se prepara una obra de teatro: primero hay que escribir bien el guion antes de que los actores salgan a escena.

Es imprescindible formar primero al profesorado por tres razones clave: seguridad y gestión de riesgos (saber corregir errores generados por la IAG), pedagogía potente (actividades más ingeniosas que copiar y pegar) y autoridad y credibilidad frente al alumnado.

Si el profesorado no domina la IAG, acabaremos utilizando herramientas creadas por otros, sin control, personalización ni visión propia. Debemos impulsar sesiones prácticas, espacios colaborativos para compartir descubrimientos y retos, y aprender a evaluar trabajos realizados con IAG. La formación docente en IAG es indispensable. El siglo XXI exige profesores 4.0: humanos, críticos, creativos y cibernéticamente competentes. No se trata de competir con las máquinas, sino de trabajar con ellas, bien formados y bien preparados, con humor, sentido común y mucha, muchísima conciencia.


Imagen generada por el autor con Sora.


Esta obra tiene la licencia CC BY-NC-SA 4.0

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