Cueva del Niño, en Sierra del Segura.

No sé si os habéis fijado, pero la historia de la península ibérica a menudo parece escrita desde un despacho de la Puerta del Sol. Muchas veces, las denominaciones académicas no reflejan la realidad arqueológica ni geográfica, sino que perpetúan una visión centralizada que ignora los datos más actuales. Un ejemplo claro es la llamada “pintura paleolítica levantina”. Este término contiene dos errores de peso que dificultan la comprensión rigurosa del fenómeno que pretende describir.

Primero, hablemos del concepto “paleolítica”. Esta clasificación implica que las pinturas fueron creadas durante el Paleolítico, un largo período que finaliza aproximadamente en el 10.000 ANE. Sin embargo, numerosos estudios arqueológicos y dataciones por radiocarbono y otros métodos han situado estas manifestaciones pictóricas en épocas posteriores, entre el Mesolítico y el Neolítico (aproximadamente entre el 8.000 y el 3.000 ANE). Esto significa que las sociedades que produjeron estas pinturas ya no eran cazadoras-recolectoras del Paleolítico, sino que practicaban la agricultura, la ganadería y tenían una estructura social más compleja.

Llamarlas “paleolíticas” no es un simple lapsus cronológico: es una forma errónea de anclar el discurso en una idea de primitivismo que descontextualiza a las sociedades que las crearon. Por ejemplo, las dataciones por radiocarbono realizadas en el abrigo de la Sarga (Alicante) indican que algunas de las pinturas se realizaron entre el 6.500 y el 4.500 ANE., mucho después del final del Paleolítico. Otros estudios, como los desarrollados en la cueva de los Caballos (la Valltorta, Castellón), también han confirmado que estas manifestaciones pertenecen al Mesolítico y al Neolítico inicial. Esto genera confusión entre el alumnado y el público general, y dificulta una comprensión precisa de los procesos históricos y culturales de la prehistoria peninsular.

El segundo problema es el término “levantina”. Este adjetivo se utiliza para indicar que estas pinturas son del “Levante”, pero el problema es que se trata de una construcción geográfica muy imprecisa y centralista. Tradicionalmente, el “Levante” incluiría la costa este peninsular (Comunidad Valenciana, Cataluña y Murcia), pero el conjunto de abrigos y cuevas con estas pinturas también se extiende por Aragón, el sur de Castilla-La Mancha e incluso por el interior peninsular.

Entonces, ¿por qué mantener una etiqueta que excluye tantas zonas donde también se encuentra este arte rupestre? Por ejemplo, pinturas halladas en el abrigo de Minateda (Albacete) o en la cueva Remigia (Castellón) a menudo se han englobado bajo el término “levantino”, a pesar de estar situadas a cientos de kilómetros de lo que tradicionalmente se entiende por Levante. El uso del término “levantina” es heredero de una mirada centralista que tiende a etiquetar todo lo que queda al este de Madrid como “Levante”, sin matizar ni reconocer la diversidad geográfica y cultural real del territorio. Esta etiqueta tiene, además, un componente simbólico: reduce una realidad plural a una categoría arbitraria y desequilibrada.

Esta doble etiqueta, por tanto, no tiene fundamento ni cronológico ni geográfico. Y lo sabemos desde hace tiempo. Tanto es así que la UNESCO, cuando declaró este patrimonio como parte de su catálogo en 1998, utilizó una denominación mucho más precisa: “Arte rupestre del arco mediterráneo de la Península Ibérica”. Este término describe mejor el área donde se encuentran estas manifestaciones y evita interpretaciones erróneas sobre su datación y contexto histórico.

Y, sin embargo, a pesar del reconocimiento internacional, el sistema educativo y muchos manuales continúan utilizando la terminología antigua. Persistimos en el error como si modificar una etiqueta fuera un sacrilegio académico. La realidad es que corregir estos términos es una necesidad didáctica, un ejercicio de rigor y de respeto por las sociedades prehistóricas y por la diversidad del territorio.

Los yacimientos de Aragón, del interior valenciano, de Murcia o de Castilla merecen una catalogación que no los desplace geográficamente ni cronológicamente. Y el alumnado merece una educación histórica que no reproduzca esquemas anticuados y simplistas. Mantener el término “pintura paleolítica levantina” no es neutro: es una elección que refleja una forma de ver el pasado desde una óptica demasiado alejada de la realidad arqueológica.

Por lo tanto, quizá ha llegado el momento de hablar con propiedad y utilizar expresiones como “pintura prehistórica del este peninsular” o simplemente “arte rupestre del arco mediterráneo”, como propone la UNESCO. Tal vez no suene tan exótico o romántico, pero es más justo, más exacto y mucho más pedagógico. Y si alguien se ofende por tener que revisar una terminología errónea, que piense que el conocimiento también avanza cuando tenemos el valor de corregir lo que antes dábamos por válido.

Nuestros antepasados prehistóricos no pintaban para encajar en las clasificaciones del futuro. Pintaban para comunicar, para expresarse, para dejar huella. Nosotros tenemos la responsabilidad de leer esas huellas con el máximo respeto y precisión, y eso también pasa por utilizar las palabras adecuadas.


Esta obra tiene la licencia CC BY-NC-SA 4.0

Podcast also available on PocketCasts, SoundCloud, Spotify, Google Podcasts, Apple Podcasts, and RSS.

Deixa un comentari

Darreres entrades